En vísperas del Día de la Mujer, el testimonio de algunas referentes de Los sin Techo, el movimiento impulsado hace más de dos décadas por el padre Atilio Rosso, que tiene a las mujeres como motor y sustento, justo allí donde las necesidades apremian y falta de todo, también coraje y decisión.
Ninguna desarrolla una sola actividad: todas tienen varios hijos, desempeñan o buscan un trabajo remunerado, tienen una casa que les demanda tiempo o directamente son jefas de hogar. Ni una sola vive en el centro así que fueron cuadras y cuadras las recorridas hasta llegar al lugar convenido para la cita, en no pocos casos por calles de tierra que, con la empecinada lluvia que cambió el humor y el paisaje de la ciudad desde finales de febrero, se volvieron intransitables.
Aún así asistieron puntuales al encuentro convocado por Nosotros en la sede del Colegio Mayor Universitario para dialogar sobre el rol fundamental de las mujeres en el Movimiento los Sin Techo. Es que ellas son casi 250, diseminadas en tareas de salud, copa de leche y educación, tres áreas vitales para niños y niñas de los barrios más humildes e invisibilizados de la capital santafesina. Y son también -y lo dicen sin dudas y con orgullo- “los pilares del Movimiento”.
La figura del padre Atilio Rosso, fundador y motor del grupo, está presente aunque hayan transcurrido casi cinco años desde su muerte. Todas lo conocieron, todas tienen algo para agradecerle y muchas admiten que decidieron terminar la escuela, capacitarse, progresar y participar de manera activa en la transformación de sus barrios a instancias del recordado sacerdote. Y no pocas reconocen que primero se acercaron a su propuesta por la alentadora (y saludable) perspectiva de pasar del rancho a la casa de material, pero después no pudieron desentenderse de las necesidades de su entorno.
Liliana Pintos (El Arenal), Mercedes Ponce (Alto Verde), Gabriela Gutiérrez (Las Lomas), Marisa Carrizo (Las Lomas-Barrio Chaqueño), Susana Carrizo (San Agustín-Abasto-Loyola y Villa Oculta), Susana Barreto (El Arenal), Alejandra Ramos (Alto Verde), Nilda Díaz, Viviana Roggerone (San Pantaleón, Pompeya y Arenal), Mirta Mendoza (Los Hornos), María Teresa Reñé, Aída Dávalos (San Pantaleón), Gladys Gómez (Centenario, San Lorenzo, Villa Oculta y La Ranita), Irmma Tarragona (Villa Oculta) y Norma Aldao (Pompeya), son las promotoras o coordinadoras, según el caso, de Salud, Jardines Materno Infantiles, Primero mi Primaria y Copa de Leche que se sumaron a la charla, en representación de las 248 que son en total. Es una forma de decir o de resumir su tarea, porque todas pasaron por otras áreas y conocen palmo a palmo el lugar donde viven o trabajan.
CON VOZ PROPIA
“Yo estaba sin trabajo y empecé para cobrar un plan (en aquel momento, el PEL). Me interesó el área de salud. Hice el curso de promotora para aprender a tomar la presión, a pesar y atender a los chicos cuando llegan al centro. Empezamos por las embarazadas y luego hacemos el seguimiento de los bebés”, relata Liliana, quien lleva 18 años en el Movimiento, recaló en El Arenal cuando “todo era más rancho que casa de material” y luego fue testigo y protagonista de la transformación del barrio, en el que los chicos, la casa y la olla están, muchas veces, a cargo de las mujeres, y donde los principales ingresos son la asignación universal por hijo y el trabajo doméstico. Pero donde hay también más conciencia sobre la importancia de los controles de salud”.
Mercedes Ponce es coordinadora del área de Salud en Alto Verde, de donde salió para asistir a la nota con la ayuda de su marido porque las calles, a esa altura de la semana, ya estaban saturadas de agua. “En mi área somos todas mujeres: somos las más decididas y las que más luchamos por los chicos. Yo empecé por mis hijas, hace 15 años que estoy trabajando en el Movimiento, arranqué con la juventud y después me capacité en el área de computación, talabartería... Todos los cursos habidos y por haber hice. Y luego como promotora de salud”. Al cabo de 10 años pasó a ser coordinadora. Para ella, “la situación económica no cambia, la gente que se acerca a nosotros es la más pobre”, confirma. Aún así considera que a su criterio es preferible que den trabajo antes que un plan.
Para Mercedes es inevitable involucrarse con la gente: “al ser del barrio querés que se supere, asumís esa responsabilidad. Me conocen todos y también los chicos de las distintas ‘bandas’ porque a lo mejor los tenía en la sala de computación cuando eran más chicos. Tenemos una plaza enfrente del centro de salud y cuando se están peleando, salgo y les pido: ‘recatense’, porque perjudican a todos”.
El mate circula sin interrumpir la charla, matizada por anécdotas personales, conocidas entre todas y repetidas a fuerza de años y hasta décadas de trabajo compartido. Así, cada una relata su experiencia y le llega el turno a Susana quien, con un prolongado trabajo en El Arenal, afirma sin vueltas que “el hombre se ocupa de trabajar y traer plata a la casa pero la mujer es la que se echa todo encima: la casa, los hijos, la escuela y además un trabajo afuera. Y creo que lo que pasa en una familia pasa en el Movimiento. La mujer es más emprendedora, se integra más, le interesan más las cosas, y además somos madres y estamos trabajando para nuestros hijos. “¿Por qué acá somos todas mujeres? Porque somos luchadoras y aspiramos a ser mejores. Somos las que vamos a seguir adelante y a pesar de que ha habido mucha discriminación, le queremos mostrar a la sociedad que no solo nos ocupamos de nuestros hijos y de la asignación; también trabajamos y luchamos día a día para que nuestro barrio salga adelante. Lo que hacemos con el Movimiento lo hacemos de adentro, nos nace del corazón”.
Los testimonios se suman, y suman: desde aquella auxiliar que no tuvo la oportunidad de recibirse de maestra jardinera porque no podía costear los estudios pero desarrolla su tarea de promotora en un jardín materno, hasta la que afirma que toma su actividad para Los sin Techo como un trabajo que le insume toda la mañana y a veces los sábados, todas coinciden en que el espacio comunitario se siente como propio. Y que por eso duele más cuando roban o lo rompen. Así también ponen el foco en la mirada que se tiene de un barrio a otro. Pero no lo dicen de manera metafórica: “hay que ver la forma en que se dirigen a los niños que piden en el crematorio, la mirada es lo más importante. En Educación nos enseñan que el niño siempre aprende de aquel a quien ama y eso es en todos los órdenes de la vida: si los tratamos con respeto y con amor, nos reciben de la misma manera”.
ALCEN LAS BARRERAS
Si se relee el lugar de donde cada una de las entrevistadas viene, se entiende por qué el agua y los efectos de la persistente lluvia de las últimas semanas son temas recurrentes. Es que se sabe que por calles anegadas no es recomendable transitar, salvo que de esa travesía dependa el acceso a una copa de leche o un plato de comida; o que sea el barro, el mejorado o el asfalto el condicionante para contar con un colectivo, una ambulancia o un móvil policial.
Pero la geografía no es la única barrera que condiciona la entrada y salida del barrio: la inseguridad, presente en cada punto cardinal de la ciudad, hace lo suyo para tratar de disuadir a colaboradoras y docentes: “nosotras cuentan- les decimos a nuestras maestras que entren con confianza; durante el primer tiempo nos tomamos el trabajo de acompañarlas para que se sientan confiadas. Ni hablemos cuando llueve, algunos barrios se vuelven intransitables y los chicos no tienen clase. Ahora ya no entran más con nosotras porque empezaron a tener confianza. No somos ogros los que vivimos en los barrios, somos personas. Y además la delincuencia está en todos lados”, plantean. Y se entusiasman: “hay que ver las cosas bonitas que hacemos en nuestros barrios. Las mujeres valemos y juntas vamos a lograr un montón de cosas”.
Las palabras de Rosso vuelven a escena, ya casi como una arenga: “él nos decía que tenemos que sembrar y seguir produciendo, que no bajemos los brazos, que sigamos adelante, porque juntos vamos a lograr un montón”. Y todas ellas siguen repitiendo sus palabras para quien quiera oírlas.
EL VITAL ALIMENTO
La lluvia y el agua son temas conocidos, y también la humedad que lleva a compartir estrategias para sujetar melenas rebeldes y permite distender una charla en la que los dramas personales y las tragedias ajenas, sentidas como propias, se mezclan inevitablemente con la tarea que se describe y que no termina en el horario asignado sino que se extiende, con una mirada distinta sobre los problemas de la gente, a toda la jornada.
“Primero mi Primaria está pensado para que a los chicos que van a la copa de leche les podamos hacer un seguimiento. Los incorporamos cuando ingresan en 1º grado y seguimos por tres años. Tratamos de motivarlos, de alimentarlos, de acompañarlos y apoyarlos cuando les cuesta leer, escribir y expresarse; a veces les cuesta todo. Para cumplir esta tarea nos tuvimos que capacitar. Todos los jueves, las mujeres que acompañamos el proyecto en los 13 barrios nos reunimos, volcamos nuestras vivencias y entre todas y con las coordinadoras hacemos un proyecto para llevarlo adelante”. Así lo cuenta Mirta Mendoza y cuando se le pregunta si le dicen “seño”, no puede ocultar su orgullo: “es una palabra muy fuerte porque quizá está descuidada”, dice quien lleva ya 26 años en el Movimiento.
María Teresa Reñé, una de las coordinadoras del programa, dice que es “un proyecto que se tiene que reformular todo el tiempo, porque la computadora era una cosa cuando arrancó y otra cosa ahora, cuando el acceso a la tecnología se fue facilitando”. Es más, el proyecto tiene su propio lugar en facebook para difundir todo lo que se hace”.
Aída “Tita” Dávalos está junto a Los sin Techo desde hace 18 años y trabaja en el jardín de San Pantaleón, todos los días a la mañana y los sábados con los chicos que participan de Primero mi Primaria: “les miramos los cuadernos y les enseñamos lo que más les cuesta. A veces tenemos que hacer de amiga, de asistente social y acompañar a las familias porque hay muchos problemas. Cuando entran al jardín, hay que tratar de que los chicos se olviden de los problemas que tienen afuera”. Ella completó la secundaria trabajando con Los sin Techo, “con cuatro hijos varones, sola. Lo que hice con ellos fue decirles que los iba a bancar, que iba a aguantar mi espalda para que terminen la secundaria. Y terminaron, que es mi mayor orgullo”. En ella también hicieron eco las palabras de Rosso cuando decía: “somos todos iguales”.
Cuando en 1987 el Movimiento llegó a Villa Oculta, Irmma ya estaba allí y también su marido: “no teníamos luz, ni agua, era todo basura. Hoy se le puede decir barrio” y como tal también tienen nombre algunas de sus calles: la entrada principal se llama Padre Atilio Rosso. Recuerda que en aquel entonces se trabajaba en conjunto y cada cual se volcaba a la construcción de la vivienda para quien más la necesitaba. “Ahora no veo esa solidaridad”, se lamenta ella, convencida de que “siempre hay que ayudar al vecino y ser solidario”. Irmma no terminó la escuela pero aprende a través de su hija y de los chicos: “a mi también me dicen ‘seño’ y son los chicos los que nos dan ánimo y fuerza”.
En cambio, el lugar de trabajo de Norma es la copa de leche de Pompeya, uno de los barrios más castigados por cada lluvia inusual. Ella asegura que la actividad no se suspende cuando llega el agua y que, en todo caso, los chicos van con una botella a buscar el alimento para los hermanitos. Llegó al Movimiento en 2004 cuando por un problema de salud le recomendaron buscar alguna actividad como terapia: “me invitaron a trabajar en la copa y no paré, junto con mi marido que también colabora”. “Nuestro deber es darle la copa de leche a los chicos”, repite Norma y no lo dice porque si: sabe que en no pocas ocasiones las condiciones son adversas y alguna balacera interrumpe el trabajo o los obliga a tirarse al piso.
Desde su rol de coordinadora, Gladys reconoce que cuando va a los barrios le pide a Dios volver a salir, porque están ocurriendo situaciones difíciles. El riesgo para las mujeres que trabajan, los reclamos de aquellas que reciben todo pero siempre tienen un “pero”, los conflictos y las demandas también forman parte de la rutina a la que ninguna tiene previsto renunciar.
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EMOCIONES
Nilda Díaz, coordinadora de los jardines de infantes de Los sin Techo destacó el trabajo que desarrollan las mujeres que integran el Movimiento: “eso que ellas hacen de convocar a los padres, conocer a las familias, saber por qué un chico se duerme todo el día en la sala, cómo vive su familia, es fundamental”.
Para este año, en que se cumplen cinco de la muerte del padre Atilio Rosso, con generaciones nuevas de madres que no lo conocieron o apenas lo recuerdan, planea encarar un proyecto transversal que pasa por el tema de las emociones. “Lo vamos a hacer con los niños y con los padres, para mantener viva su obra, sus valores y para testimoniar qué pasó con cada una de nosotras y cómo marcó nuestras vidas”. Todas esas experiencias pasan por las emociones y así se va a trabajar en las salas de cada barrio a lo largo del año.
FUENTE: DIARIO EL LITORAL REVISTA NOSOTROS
TEXTOS. NANCY BALZA.